adidas presenta las camisetas de las leyendas

adidas ha presentado las camisetas de las leyendas, unas camisetas retro que ya podéis encontrar en vuestra tienda habitual aquí en nuestro país y que tiene un integrante muy especial: la camiseta de Fernando Martín en Portland.

La de Fernando Martín va a ser sin duda la camiseta más demandada, pero también adidas editará las camisetas de Bill Russell, Jerry West, Wilt Chamberlain, Julius Erving, Magic Johnson, Larry Bird, Patrick Ewing, Denis Rodman, Drazen Petrovic y Shaquille O’Neal. En el Facebook de adidas podéis ver todas las camisetas.

 

Voltaje alterno

Ahora que el éxito de la franquicia antes conocida como Seattle Supersonics les ha llevado a las Finales, y que la ciudad del noroeste de los Estados Unidos intenta cerrar el acuerdo para construir un pabellón y volver a reescribir su Historia, entre manifestaciones de júbilo de los aficionados de la ciudad, nos paramos a recordar una figura fugaz que dejó su marca en los Sonics y cuya influencia todavía se respira en la NBA pese a lo efímero de su carrera y lo poco que ha perdurado su recuerdo. Estamos hablando de Slick Watts.

Nacido Donald Earl, Watts empezó su carrera en la NBA de rebote, tras salir de la Universidad de Xavier, y no ser elegido en el Draft. Con su 1.85 de estatura, tiró de enchufe, para conseguir que Bill Russell, entrenador y GM de los Sonics por aquel entonces, y primo del entrenador de Xavier, le pusiera a prueba. Se plantó con 37 céntimos en su bolsillo (según él) en Seattle, y se hizo un hueco en el equipo.

Slick, era un jugador nada convencional, empezando por su aspecto. Jugando al fútbol americano en el instituto, un linebacker pisó su cabeza y le dejó una enorme herida en la cabeza, y tras ser rapado en el hospital, su pelo empezó a crecer de manera desigual. Visto el panorama, Watts decidió que lo mejor era raparse siempre. Era elegir entre que sus compañeros y amigos le llamaran Cabeza-Mapa o Bola de billar. Él prefirió lo segundo, pero realmente no tenía elección: iba a ser el bicho raro hiciera lo que hiciese.

Pero su calvicie completa, tan distintiva como era, la primera recordada en la NBA, fue simplemente precursora de su verdadera seña de identidad: la cinta en la cabeza. Se la empezó a poner en la Universidad, después de ver las estrellas al quitarse la cinta adhesiva que trató de usar para evitar que le resbalara el sudor. Y no fue el primero, porque Wilt Chamberlain ya la había llevado, pero él decidió darle el toque personal, e inclinarla, y al unir su calva y reluciente cabeza con la cinta de lado, empezó algo más que una moda, que ahora tiene más fuerza que nunca.

Entró en un equipo en el que Downtown Fred Brown jugaba de base con vocación tiradora y anotadora, y él se hizo un sitio ofreciendo el contrapunto de la penetración y el pase, jugando casi 1500 minutos en su temporada de novato, 19 partidos de titular y quedando 3º en la elección de Rookie del Año. Su estilo era adorado por el público: de lucha constante, no paraba de trabajar, moverse e incordiar al rival. Perturbaba el ataque del equipo rival de manera poco ortodoxa y fuera de todos los esquemas establecidos, ayudado por el sistema defensivo que implantó Russell, con muchas rotaciones en defensa, e intimidación en el poste bajo para arreglar los desajustes. Al mismo tiempo, su hiperactividad y su gusto por lo imposible, le llevaba a perder muchos balones en ataque y a elegir tiros desastrosos. No era un pasador natural, pero creaba multitud de oportunidades de su penetración constante. Su tiro era nulo, pero era capaz de finalizar bastante bien en el aro, con acrobacias de otras épocas.

Pese a su locura e ineficiencia, se convirtió en el favorito de los aficionados, ya en su primera temporada. Su llegada inesperada y humilde, que tanto gusta en E.E.U.U., sumado a lo espectacular de sus acciones (cuando le salían), su constante trabajo de albañilería, su look marciano, su carácter afable, y las descacharrantes citas que ofrecía a los cronistas del equipo, se convertía en un cóctel irresistible para el aficionado. Imaginad esta mezcla en la era Twitter.

En su segundo año los Sonics trajeron otro jugador exterior para ayudarles a Brown y a él, Archie Clark, pero a pesar de que su llegada le mandó de vuelta al banquillo, Watts tuvo aún más minutos, distribuyendo el balón y forzando pérdidas con su arriesgada defensa. El equipo se clasificó para Playoffs, eliminando a Detroit en primera ronda. Watts que fue la inspiración para la victoria en el tercer y decisivo partido según Russell, mostró su divertido carácter al hablar de su juego en aquel partido. «Le eché un vistazo a mi casa antes del partido, y vi que no tenía muebles suficientes. Sabía que con el bonus por llegar a primera ronda de Playoffs no iba a ser suficiente».

Pero tampoco pudo comprar muchos muebles más, porque en segunda ronda perdieron ante los eventuales campeones, los Golden State Warriors de Rick Barry. Watts metió 24 puntos en el sexto partido que certificó su eliminación, pero no fueron suficientes.

Ese verano, los Sonics traspasaban a su estrella, Spencer Haywood, a New York, y a Archie Clark, dejando el equipo en manos del dúo WattsBrown, y el pívot de segundo año Tom Burleson. Y en parte, Watts es responsable del traspaso de Haywood. Spencer, que quería ser reconocido como el héroe de la franquicia en todos los estamentos, veía como los fans estaban con el muy inferior Watts. De hecho, se cabreó con los aficionados de la ciudad, porque cuando los rumores de que iba a ser traspasado a New York aparecieron, a nadie pareció importarle mucho. Mientras, Watts tenía programadas unas 300 apariciones en actos al año, y se jactaba de firmar absolutamente todos los autógrafos que le pedían. «No hay trocito de papel demasiado pequeño, porque lo hay al otro lado es una persona. Es un privilegio que me pidan una firma».

Este tercer año, acabó siendo el mejor en lo personal para Watts. De hecho, fue el primer jugador que consiguió liderar la Liga en asistencias y robos en la misma temporada, en 1976, y con tan solo 24 años. Fue elegido en el 1er equipo defensivo, le dieron el NBA Citizenship Award y estuvo muy cerquita de ser All-Star. Volvieron a Playoffs, pero con un equipo más joven que el año anterior, perdieron en primera ronda ante Phoenix.

Al año siguiente, aunque su rendimiento se mantuvo, empezaron los problemas. Después de ir como segundo base en el Oeste en el recuento de votos para el All-Star, Norm van Lier acabó adelantándole por 4.200 votos, el margen más ajustado esa temporada, y los entrenadores prefirieron llevar a Phil Smith y Don Buse, que llegaba de la ABA con Indiana, por delante. Buse además, le quitó aún más protagonismo, repitiendo su gesta de liderar la NBA en robos y asistencias, y le relegó a la segunda posición en asistencias, y tercera en robos ese año.

El equipo iba destinado al 50% de las victorias y quedar fuera de Playoffs, lo que empezó a traer los primeros pitos y abucheos a Russell, y Watts no eligió el mejor momento para pedir un aumento de sueldo, después de que su contrato ya hubiese sido revisado hacía menos de dos años, en el verano del ’75. Pero dio otro paso más, y tras ser rechazado su intento de cobrar más, pidió el traspaso. Aunque se retractara rápidamente y prometiera jugar «con todo su corazón» en Seattle, ya había oído los primeros silbidos de una afición que hasta ahora había estado con él en todo momento.

El año siguiente, Russell, el hombre que le dio la oportunidad, aunque fuera por accidente, se fue. Y vino el hombre que le colocó, el primo de Russell, el entrenador de Xavier, el que estaba siendo entrenador asistente de los Sonics hasta ese momento, Bob Hopkins. Con su gran valedor y amigo al mando, viniendo de dos temporadas que le habían convertido en uno de los mejores bases de la Liga, la temporada prometía para Watts.

Pero por un lado, Lenny Wilkens, que volvió para convertirse en GM de la franquicia, y al cual el juego de Watts no convencía por alocado, ya tenía en mente su sustituto, Gus Williams, un base al que había firmado como agente libre. Además, Hopkins le quitó los galones, para hacer funcionar al equipo con Marvin Webster como point-forward, tratando de emular el éxito de Bill Walton en los Blazers y lo que consiguió fue que los Sonics empezaran la temporada 78-79 con un 5-17, los únicos 22 partidos que Bob Hopkins iba a entrenar en la NBA, y Watts jugó el peor baloncesto de su carrera. Hasta ese momento.

Al rescate llegaba Lenny Wilkens, que se nombró a sí mismo entrenador, y empezó sentando a Watts. Gracias a las 6 victorias seguidas con las que empezó su andadura en el banquillo, adquirió la suficiente autoridad para deshacerse de Slick, en el pulso que este le echó: o jugaba 30 minutos, o era traspasado. Wilkens, que lo estaba deseando, lo empaquetó a media temporada camino de New Orleans, para hacer pareja con Pete Maravich y Gail Goodrich a cambio de una futura elección de primera ronda. Los Sonics acabaron ese año llegando a las Finales, y en la temporada siguiente ganarían el primer y único anillo de la Historia de la franquicia, mientras Watts había jugado ya su último minuto en la NBA a los 27 años, sin que nadie lo supiera aún.

Pero no adelantemos acontecimientos. Watts pasó media temporada saliendo del banquillo detrás de dos miembros del Salón de la Fama como Pistol Pete y Goodrich tratando de aportar la velocidad y la defensa que lo caracterizaba. El equipo estaba 15-21 a su llegada, y pese a finalizar el año con un registro de 24-22, se quedaron fuera de los Playoffs y el tiempo de juego de Watts fue decayendo poco a poco, en un equipo que empezaba una reconstrucción en la que Slick no entraba.

Los Jazz lo traspasaron en septiembre por una primera ronda del Draft a Houston, que necesitaba un nuevo suplente para Calvin Murphy, ante la lesión del incumbente, Mike Newlin, en el training camp. Al final, lo de Newlin no fue para tanto, y solo se perdió 5 partidos, y Watts pasó a jugar menos de 20 minutos por partido por primera vez en su carrera, y Houston, que solo había garantizado el primero de los tres años de su contrato, decidió cortarle al final de la temporada. Y pese a tener 27 años tan solo, y haber liderado la Liga en pases hace 3, ningún equipo NBA volvió a llamar.

Tras un año sabático, Slick probó suerte en la mismísima Alaska, en los Anchorage Northern Knights de la CBA, donde duró solo una semana y un partido: lo que tardó en volverse a Seattle. Él echó la culpa a su entrenador, Bill Klucas, de no dejarle ser creativo. Klucas lo tenía bastante más claro: «No podría jugar en nuestra Liga. Y eso es difícil de aceptar para un veterano de la NBA.» Desde ahí, la última aparición de Watts con impacto en la NBA, antes de entrar en el circuito de apariciones como veterano, fue su recuerdo en el Draft de 1981, donde dos de las primeras elecciones de la primera ronda, la 5ª y la 13ª, habían sido en su día intercambiadas por Watts en sus pasos a New Orleans y Houston.

Empezó de golpe, acabó de golpe.

Después de superar una dura enfermedad, sarcoidosis, en 2001, Watts sigue con su vida, trabajando como profesor de educación física en la Franklin High School, en Seattle, a menos de 10 minutos del SoDo donde se construiría el nuevo pabellón de los Sonics. En su día, dio clase al mismísimo Jason Terry, que lleva su cinta en la cabeza inclinada en homenaje a Watts, uno de los héroes de su infancia. La semana pasada se dejó caer por las manifestaciones que piden en Seattle «Bring back the Sonics», y hasta subió al escenario, con cinta en la cabeza, y todo, por supuesto, a dirigir unas palabras a los aficionados que tanto lo admiraron.

Al igual que cuando recordábamos a World B. Free, que llegó a la Liga un par de años después que él, no podemos parar de preguntarnos lo diferente que hubiera sido la figura de Watts en nuestra época. Watts era espectacular, singular y lenguaraz. Era cercano a los fans, y con una imagen tan particular y exclusiva, hubiera tenido una mayor repercusión de haber jugado en la actualidad, aunque la fugacidad de su éxito tampoco ayudó.

Para entender el fenómeno Watts os proponemos el siguiente ejercicio: ver el siguiente partido, su segundo en los Jazz, con Hall of Famers como Maravich, Walton, Goodrich, o grandes jugadores como Hollins o Maurice Lucas o Truck Robinson y contar el número de veces que la mirada se os va a Watts. No tuvo una actuación particularmente buena en ese partido, y eso es precisamente lo que explica mucho mejor el magnetismo de la figura del pequeño Slick.

En 2005, Slick Watts recogió su historia en un libro, imprescindible si quieres conocer más sobre él. Lo puedes comprar aquí. Para conocer más de la historia (y el presente) de los Sonics, la referencia de SonicsCentral.com es tremendamente interesante.

Minoría silenciosa

La NBA, prácticamente desde sus inicios, ha estado lejos de polémicas raciales. La Asociación se ha mantenido siempre distante de la discriminación a los atletas negros, al menos por comparación con las otras grandes Ligas. Es indiscutible que a los jugadores actualmente no se les mira el color de la piel (el All-NBA First Team al completo está formado por jugadores afroamericanos), pero es más allá, donde se puede ver la verdadera distinción y la distancia que guardan con el resto del deporte profesional americano.

En los banquillos, por ejemplo, donde solo hay dos franquicias que jamás han tenido a un entrenador principal negro, la relativamente joven Miami, que a cambio ha sido la primera en contratar a un entrenador de ascendecia filipina, y los Lakers, donde la llegada de Brian Shaw podría tachar al equipo de la lista. El primer entrenador en ganar un título de NBA fue Bill Russell hace 45 años. En la NFL, Tony Dungy fue el primero. Hace 4.

También los árbitros. Hace 43 años que hombres de raza negra empezaron a pitar partidos, con Jackie White y Ken Hudson como pioneros. Desde hace 14 años la NBA tiene un árbitro negro y mujer: Violet Palmer.

Y lo más importante, quizá, los despachos. Robert Johnson fue el primer propietario negro de una franquicia de las cuatro grandes Ligas al hacerse con los Bobcats, y Charlotte, con Jordan ahora al frente permanece como único equipo con dueño afroamericano. Wayne Embry se convirtió en Manager General de los Bucks hace 39 años. En ninguna Gran Liga hay tantos hombres negros tomando decisiones.

Pero nadie es perfecto. La NBA tiene sus esqueletos en el armario. Aunque Chuck Cooper, Nat Clifton y Earl Lloyd abrieron el camino en el año 50, hasta finales de los 60 algunos equipos se empecinaban en mantener un límite no reconocido de jugadores afroamericanos en plantilla, pese a que los Celtics y los 76ers de Russell y Chamberlain mostraban el camino a seguir, con quintetos completos de jugadores negros. Y también hay lacras bien vivas. El código de vestimenta despertó viejos fantasmas que nos llevaban a la época que los Fab Five todavía estaban en la Universidad. Y como olvidarnos, en la familia se sigue manteniedo a un repetidamente acusado de racista y hombre de dudosa reputación, el propietario de los Clippers, Donald Sterling.

Aún así, hay que aplaudir, con toda la moderación que cada uno quiera, a la NBA, que ha estado muy por encima de la curva que marcaban organizaciones comparables y la sociedad americana en cuanto a equiparar hombres y mirar más allá del color de la piel. Ahora, en 2011, la NBA se enfrenta a una nueva situación potencial de racismo, que debe gestionar de la mejor manera posible: la homofobia.

Muchos titulares de todo tipo han circulado esta semana en torno a este tema. El pasado lunes, Rick Welts presidente de los Phoenix Suns, se convertía en el primer ejecutivo deportivo en reconocer su homosexualidad. Ayer, lunes, uno de sus jugadores, el siempre elegante Steve Nash, aparecía en una campaña de publicidad del lobby Human Rights Campaign, para dar su apoyo al matrimonio gay, que por cierto, es legal y bastante aceptado socialmente en su país, Canadá. Estos movimientos de Welts y Nash ganan valor poniéndolos en su contexto local: los Suns juegan en Arizona, estado tremendamente conservador, en el que no parece que la unión entre dos personas del mismo sexo se vaya a ver pronto. De hecho, Nash ya recibió ayer mismo alguna crítica por Twitter (aunque el apoyo a la causa era mayoritario) que toreó con la misma eficiencia con la que pone el balón siempre en el mejor lugar de la cancha.

La normalidad con la que se ha acogido la situación en Phoenix era una buena noticia para una Liga a la que de repente le toco apagar por otro lado la barbacoa que había montado Joakim Noah. De manera parecida a Kobe Bryant hace unos meses, el pivot de los Bulls volvió a juntar fuck y faggot en una misma frase que recogieron las cámaras, y esta vez, en vez de dirigirse al árbitro Bernie Adams, lo hizo a un espectador.

Noah ha sido multado, pero sorprende el castigo, su multa, de 50.000 dólares, es la mitad de la de Kobe Bryant. Uno podría entender la diferencia si atendemos a la proporcionalidad en los salarios, pero es que la NBA ha decidido torpemente que el agravante es dirigirse a un árbitro en comparación con un aficionado que se estaba dedicando a incordiar al Chichitos. Sorprende que con los ojos puestos esta semana en el asunto, y con un problema que ahora se convierte en reincidente, la multa se haya reducido, ya que demuestra que la NBA estaba mucho más preocupada por la falta de respeto al árbitro que por el comentario homófobo.

Noah se ha disculpado como ha hecho Bryant, nos ha recordado que tiene amigos homosexuales, y creo que no hay que hacer leña del árbol caído. La expresión utilizada, nos guste o no, está dentro del vocabulario habitual de un joven, al igual que otras frases machistas o racistas que tan a menudo se utilizan sin pensar, totalmente despojadas de ese significado. No quiero dármelas de moralista, cuando yo soy el primero que a veces utiliza expresiones parecidas. Yo no estoy orgulloso, seguro que ellos tampoco lo están. Verte afeado en público, tener que mirar y responder a la cara a personas a las que has ofendido y el empujón al bolsillo, que por muy millonarios que sean, siempre duele, me parecen un castigo adecuado.

Pero la NBA, como compañía que no piensa en frío y que puede controlar las consecuencias de sus acciones, tiene que hacer el mayor esfuerzo para seguir siendo un modelo de referencia. Los niños se fijan e imitan su producto, y mostrarse inflexible de cara a la galería es la única opción para evitar que se repitan estas cosas. Después de ver una dirección positiva con las multas a Bryant y la situación en Phoenix, acaban de desaprovechar una oportunidad para seguir rechazando este comportamiento sin ambages.

Todavía ningún jugador ha revelado sus preferencias sexuales en activo. John Amaechi lo hizo después de retirarse hace 4 años, y pese a que la tolerancia era la tónica común, las reacciones de algunos jugadores ponen en duda que un vestuario NBA al completo pudiera aceptar a un jugador que revele su homosexualidad. De hecho, uno de los jugadores que declaró que actuaría con normalidad ante un compañero gay, no tuvo problema en comparar a un rival con una drag-queen en su día. Y Shaq no recibió multa alguna por llamar a Chris Bosh, el RuPaul de los hombres altos.

La Liga ya se estaba encargando de hacer anuncios públicos, los famosos PSA’s concienciando sobre la homofobia, incluso antes de los incidentes de Bryant y Noah. A Welts se le ha acogido con toda la normalidad del mundo, y con un gran abrazo. Pero si todavía ningún jugador se ha atrevido a compartir su condición sexual con sus compañeros, es que no existe un clima de confianza suficiente.

Creo que, por fortuna, los homosexuales en la NBA no son una minoría silenciada. Pero sí silenciosa. Cuando arreglen lo de los salarios, Stern ahí tiene trabajo.