Minoría silenciosa

La NBA, prácticamente desde sus inicios, ha estado lejos de polémicas raciales. La Asociación se ha mantenido siempre distante de la discriminación a los atletas negros, al menos por comparación con las otras grandes Ligas. Es indiscutible que a los jugadores actualmente no se les mira el color de la piel (el All-NBA First Team al completo está formado por jugadores afroamericanos), pero es más allá, donde se puede ver la verdadera distinción y la distancia que guardan con el resto del deporte profesional americano.

En los banquillos, por ejemplo, donde solo hay dos franquicias que jamás han tenido a un entrenador principal negro, la relativamente joven Miami, que a cambio ha sido la primera en contratar a un entrenador de ascendecia filipina, y los Lakers, donde la llegada de Brian Shaw podría tachar al equipo de la lista. El primer entrenador en ganar un título de NBA fue Bill Russell hace 45 años. En la NFL, Tony Dungy fue el primero. Hace 4.

También los árbitros. Hace 43 años que hombres de raza negra empezaron a pitar partidos, con Jackie White y Ken Hudson como pioneros. Desde hace 14 años la NBA tiene un árbitro negro y mujer: Violet Palmer.

Y lo más importante, quizá, los despachos. Robert Johnson fue el primer propietario negro de una franquicia de las cuatro grandes Ligas al hacerse con los Bobcats, y Charlotte, con Jordan ahora al frente permanece como único equipo con dueño afroamericano. Wayne Embry se convirtió en Manager General de los Bucks hace 39 años. En ninguna Gran Liga hay tantos hombres negros tomando decisiones.

Pero nadie es perfecto. La NBA tiene sus esqueletos en el armario. Aunque Chuck Cooper, Nat Clifton y Earl Lloyd abrieron el camino en el año 50, hasta finales de los 60 algunos equipos se empecinaban en mantener un límite no reconocido de jugadores afroamericanos en plantilla, pese a que los Celtics y los 76ers de Russell y Chamberlain mostraban el camino a seguir, con quintetos completos de jugadores negros. Y también hay lacras bien vivas. El código de vestimenta despertó viejos fantasmas que nos llevaban a la época que los Fab Five todavía estaban en la Universidad. Y como olvidarnos, en la familia se sigue manteniedo a un repetidamente acusado de racista y hombre de dudosa reputación, el propietario de los Clippers, Donald Sterling.

Aún así, hay que aplaudir, con toda la moderación que cada uno quiera, a la NBA, que ha estado muy por encima de la curva que marcaban organizaciones comparables y la sociedad americana en cuanto a equiparar hombres y mirar más allá del color de la piel. Ahora, en 2011, la NBA se enfrenta a una nueva situación potencial de racismo, que debe gestionar de la mejor manera posible: la homofobia.

Muchos titulares de todo tipo han circulado esta semana en torno a este tema. El pasado lunes, Rick Welts presidente de los Phoenix Suns, se convertía en el primer ejecutivo deportivo en reconocer su homosexualidad. Ayer, lunes, uno de sus jugadores, el siempre elegante Steve Nash, aparecía en una campaña de publicidad del lobby Human Rights Campaign, para dar su apoyo al matrimonio gay, que por cierto, es legal y bastante aceptado socialmente en su país, Canadá. Estos movimientos de Welts y Nash ganan valor poniéndolos en su contexto local: los Suns juegan en Arizona, estado tremendamente conservador, en el que no parece que la unión entre dos personas del mismo sexo se vaya a ver pronto. De hecho, Nash ya recibió ayer mismo alguna crítica por Twitter (aunque el apoyo a la causa era mayoritario) que toreó con la misma eficiencia con la que pone el balón siempre en el mejor lugar de la cancha.

La normalidad con la que se ha acogido la situación en Phoenix era una buena noticia para una Liga a la que de repente le toco apagar por otro lado la barbacoa que había montado Joakim Noah. De manera parecida a Kobe Bryant hace unos meses, el pivot de los Bulls volvió a juntar fuck y faggot en una misma frase que recogieron las cámaras, y esta vez, en vez de dirigirse al árbitro Bernie Adams, lo hizo a un espectador.

Noah ha sido multado, pero sorprende el castigo, su multa, de 50.000 dólares, es la mitad de la de Kobe Bryant. Uno podría entender la diferencia si atendemos a la proporcionalidad en los salarios, pero es que la NBA ha decidido torpemente que el agravante es dirigirse a un árbitro en comparación con un aficionado que se estaba dedicando a incordiar al Chichitos. Sorprende que con los ojos puestos esta semana en el asunto, y con un problema que ahora se convierte en reincidente, la multa se haya reducido, ya que demuestra que la NBA estaba mucho más preocupada por la falta de respeto al árbitro que por el comentario homófobo.

Noah se ha disculpado como ha hecho Bryant, nos ha recordado que tiene amigos homosexuales, y creo que no hay que hacer leña del árbol caído. La expresión utilizada, nos guste o no, está dentro del vocabulario habitual de un joven, al igual que otras frases machistas o racistas que tan a menudo se utilizan sin pensar, totalmente despojadas de ese significado. No quiero dármelas de moralista, cuando yo soy el primero que a veces utiliza expresiones parecidas. Yo no estoy orgulloso, seguro que ellos tampoco lo están. Verte afeado en público, tener que mirar y responder a la cara a personas a las que has ofendido y el empujón al bolsillo, que por muy millonarios que sean, siempre duele, me parecen un castigo adecuado.

Pero la NBA, como compañía que no piensa en frío y que puede controlar las consecuencias de sus acciones, tiene que hacer el mayor esfuerzo para seguir siendo un modelo de referencia. Los niños se fijan e imitan su producto, y mostrarse inflexible de cara a la galería es la única opción para evitar que se repitan estas cosas. Después de ver una dirección positiva con las multas a Bryant y la situación en Phoenix, acaban de desaprovechar una oportunidad para seguir rechazando este comportamiento sin ambages.

Todavía ningún jugador ha revelado sus preferencias sexuales en activo. John Amaechi lo hizo después de retirarse hace 4 años, y pese a que la tolerancia era la tónica común, las reacciones de algunos jugadores ponen en duda que un vestuario NBA al completo pudiera aceptar a un jugador que revele su homosexualidad. De hecho, uno de los jugadores que declaró que actuaría con normalidad ante un compañero gay, no tuvo problema en comparar a un rival con una drag-queen en su día. Y Shaq no recibió multa alguna por llamar a Chris Bosh, el RuPaul de los hombres altos.

La Liga ya se estaba encargando de hacer anuncios públicos, los famosos PSA’s concienciando sobre la homofobia, incluso antes de los incidentes de Bryant y Noah. A Welts se le ha acogido con toda la normalidad del mundo, y con un gran abrazo. Pero si todavía ningún jugador se ha atrevido a compartir su condición sexual con sus compañeros, es que no existe un clima de confianza suficiente.

Creo que, por fortuna, los homosexuales en la NBA no son una minoría silenciada. Pero sí silenciosa. Cuando arreglen lo de los salarios, Stern ahí tiene trabajo.