La imagen del partido era Harden, tumbado, viendo a su equipo avasallado ante su propio público como el que disfruta de una piscina de un verano. La del anterior, la poca alegría de todo el banquillo cuando el propio James anotaba la canasta a la postre ganadora.
Menos mal que estos Rockets entraron en Playoffs. Menos mal que tenemos dentro a un equipo que no trabaja, que no se ayuda, que no se aguanta, y que posiblemente no se guste a sí mismo. Porque son el equipo más real, el más humano. Los únicos de carne y hueso. No eran necesarios en estos Playoffs, eran imprescindibles.
Porque siempre hay que tener un diana fácil, un pañuelo cerca en el que poder sonarnos nuestra superioridad moral, en el que ver nuestras miserias reflejadas entre tanta grandeza. El blanco perfecto para poder pensar por un momento que somos un poco menos mierdas. Y para poder sentirnos como dioses, omnipotentes, decidiendo lo que tienen que pensar y sentir. Nosotros sabemos cómo deben reaccionar mejor que ellos.
No hay nada que reprochar a Dallas, Memphis, Detroit o Utah si estuvieran aquí. Equipos lastimados o que han llegado demasiado pronto. Los Raptors nunca han importando tanto como para poder preocuparnos por ellos. Si no fuera por los Rockets, tendríamos que dirigir nuestra ira hacia algún pívot descarriado en la línea de tiros libres, pero ir a por un solo jugador, acaba pareciendo linchamiento.
En Houston, por el contrario, hay donde elegir. Podemos apuntar a cualquier lado, ir a lo individual o a lo colectivo. Son la banda de villanos perfecta, un compendio de todos los pecados: los capitales, los veniales y los mortales. Y en el que más destacan es en la desidia, aquel en el que más nos gusta creer que nosotros jamás caeríamos desde nuestro hueco del sofá. No tenemos los genes o las oportunidades que ellos han tenido para vivir del baloncesto. Pero el esfuerzo y el sacrificio, si estuviéramos ahí, cobrando lo que cobran, nunca jamás nos faltaría. O eso queremos creer. Nótese la puntilla del dinero, que lo dice todo… de ti, no de ellos.
Por eso los Rockets han sido más que necesarios, pero deberían perder en el quinto partido, y de paliza a ser posible. Y si esa misma noche los de TMZ pillan a un par de jugadores saliendo a trompicones de una megadiscoteca de Las Vegas, mejor. Necesitamos nuestra ración de la erótica de la decepción, para darnos un festín lo más pronto posible, no vaya a ser que podamos ser felices un rato por el camino.
Pero al final el odio sólo se alimenta con odio, y vamos a necesitar más y mejor. La debacle de los Rockets sabrá a poco, y no atenderemos a trayectorias o razones para calmar nuestra sed. Siempre tendremos otra nueva pieza en escena a tiro, hasta que acabemos vomitando nuestro rencor de imbécil digital sobre quien no se lo merezca, pero simplemente pase por allí. Houston sólo es el aperitivo.
Por eso, demos gracias por los Rockets. O quizá no.
Gracias!