Te despiertas sobresaltado. Has olvidado respirar, algo que nunca fuiste consciente de haber aprendido. Tu caja torácica es el tambor de una batería que toca Lars Ulrich, y el concierto está en su momento más dulce. Tu espalda parece mucho más grande que el lecho donde yaces, y sientes que vas a caer por ambos lados. Las leyes de la termodinámica no se aplican en este mundo.
Echando la mano a un lado para tratar de retrasar lo inevitable, encuentras una figura amiga, que te hace recordar que al menos estás a salvo, y que no vas a ninguna parte.
Más tranquilo, tu habilidad para pensar se va recuperando. No ves el menor atisbo de luz, y entre jadeo y jadeo puedes oír la electricidad del gadget que te dejaste enchufado, así que intuyes que es plena madrugada. Mañana te tienes que despertar pronto, y necesitas estar alerta cada minuto del día, pero aún convenciéndote de la necesidad, no puedes descansar. Darás vueltas, comerás techo, dejarás la forma de tu cara en la almohada, y nada funcionará. En algún momento, de puro abatimiento, te quedarás sin consciencia otra vez, hasta que sea la hora.
Es el fracaso, que vuelve otra noche más. Como todas y cada una.
Y no entiende de cerraduras, sistemas de alarma ni órdenes de alejamiento. Es lo que tiene que salga de dentro. Durante el día lo engañas teniendo a tu mente constantemente pendiente de alguna otra batalla. Incluso a veces, te crees que desaparecerá para siempre, tras una buena cena acompañada con dos copas de ese vino que tan cuidadosamente has elegido, pero tú tienes tus planes, y él los suyos. Es agotador escapar, y no puedes evitar ser tristeza por momentos.
Diseccionas las causas, el contexto y los protagonistas de tu mal. Te preguntas qué salió mal. Qué pudo salir peor. No te perdonas tu parte de culpa, y lo único que deseas es poder volver atrás. Lo cambiarías todo por tener una sola oportunidad de regresar al punto donde nació tu obsesión, porque sabes que es imposible vencer a un enemigo que se hace cada vez más grande.
Nadie lo comprende. El resto de lo que te rodean, te dicen que todo funciona. Los halagos siguen llegando, pero no alcanzas a comprender cómo ni porqué le tienen tanto aprecio a lo que para ti es mera rutina, deber moral. Consuelo tan barato y efímero que no cabe en su misma frase. Menciones a la paciencia y al destino que, váyase usted a saber por qué, te tiene que tener guardado algo bueno. En el peor de los casos, alguien se arranca por Coelho o uno de sus facsímiles. «Tendrías que estar contento».
Y una mierda. Sólo tienes una esperanza. Seguir trabajando, estar preparado para cuando llegue el momento.
Al fracaso sólo le asusta la venganza.
La revancha comienza esta noche.