Joakim Noah dijo que esta serie iba a ser «una guerra». Pues la primera batalla ha parecido seguir el guión de una de las famosas en la Historia, la del Lago Peipus.
Los Caballeros Teutónicos, reforzados con las armaduras más contundentes conocidas en la época, siglo XIII, iniciaban su cruzada contra los cristianos ortodoxos de la República de Nóvgorod, que se encontraban diezmados tras sus luchas contra invasores mongoles y suecos. La Deutscher Orden era la gran favorita y como su ejército estaba formado por caballería pesada, en contraste con la aparente ligereza rusa, la utilizaron de ariete para arremeter contra su débil oponente.
Pero no contaron con una cosa, el territorio en el que estaban librando la batalla era un lago helado. La menor fuerza de rozamiento les convertía en un grupo lento para la superficie en la que se encontraban, y cuando su rival no se arrugó tras la primera carga, se vieron rodeados. Intentaron retroceder, pero entonces fue la gravedad, que atraía esa contundencia hacia un hielo a punto de quebrar, la que hundió al ejército en el agua. Cayeron por su propio peso, y nunca mejor dicho.
Dirigidos por Tim Aleksandr Nevski Thibodeau, que entiende de física, de la cosa bélica, y también un poquito de baloncesto, los Bulls, aunque jugaban fuera, transformaron el rectángulo de 94 por 50 pies del AmericanAirlines Arena en su terreno, aguantaron la embestida con oficio, y observaron como la superpotencia moría bajo el agua. No estaba Deng, ni Hinrich, ni, por supuesto, Rose. Pero cuando pararon el contador de partidos consecutivos invictos de los Heat en su día, tampoco les hizo falta Noah.
Si en la victoria con la que acabaron con la histórica racha de Miami ganaron gracias al ataque (alto número de rebotes ofensivos, y un 50% de acierto efectivo fuera de la pintura), en esta se impusieron con su seña de identidad: la sempiterna (desde Thibs) defensa. Ajustando a ritmo, dejaron a Miami en 94.5 puntos por 100 posesiones, una cifra que está por debajo, y con un buen colchón, de la del peor equipo de la Liga esta temporada. Esta marca es la 6ª más baja para Miami este año, y en todos los partidos en los que no han llegado al 95 en Índice Ofensivo, han perdido.
Cambiaron el dominio en el rebote en ataque (esta vez sólo cogieron el 26.5% de los disponibles, por debajo de su media habitual) por el defensivo, donde Miami sólo capturó 7 de 44 oportunidades (un 16%). Es curioso como Chicago, que no es un equipo que este año haya sido especialmente incisivo en esta faceta (se encuentran alrededor de la media de la Liga) ha logrado mantener a Miami por debajo del 20% 4 veces (de las 23 veces que les ha sucedido esta temporada), y en 3 de ellas se alzaron con la victoria. De hecho, 3 de los 5 mejores partidos de la temporada (y el décimo) de los Bulls en su propio tablero han venido contra Miami: ya está claro que hay una orden precisa de no conceder segundas oportunidades a este equipo.
Nombres propios en esta victoria de la tropa poco ortodoxa (pese a nuestra comparación) de Thibodeau hay, lo difícil es elegir por donde empezar. Noah fue el corazón, como siempre, con ese latido convulso y espídico de su juego. Su omnipresencia defensiva hace que te entren ganas de rebobinar y ver si se teletransporta de un sitio a otro. Jimmy Butler, que jugaba su tercer partido completo en cinco noches, defendió a LeBron como el que mejor lo haya podido hacer en este año. Robinson tenía una canasta guardada siempre que Chicago la necesitaba, e hizo falta sobre todo al final, cuando con el partido empatado a 86 restando minuto y medio, metió los 7 puntos que le quedaban a este partido. Belinelli sólo metió dos triples, pero lo hizo en los 5 minutos finales, y ambos servían para empatar y notificar a Miami que estaban allí, y no se iban a ir. Los dos jugadores de perímetro, además, se tuvieron que comer una minutada, porque de los dos únicos sustitutos que tenían, uno, Teague era un muñeco ante la presión y los dos-contra-uno de Miami, y el otro, Cook perdió dos balones en minuto y medio por no ser capaz de mantener sus pies en la pista. Ese era el nivel.
El único que tal vez dio un poco la nota fue Carlos Boozer. A pesar de la ventaja que tiene sobre Haslem cuando Miami sale con dos hombres altos tradicionales en el quinteto inicial, no fue capaz de aprovecharla (y dejó algún momento vergonzoso como el tapón que LeBron le puso en una vaga bandeja), y de hecho Gibson jugó casi tanto como él. Pese a que lo fácil sea atizarle, porque a veces se lo gana… y por lo que gana, Boozer es un jugador notable, y fue una bestia en la (ya penúltima) victoria ante Miami. Pero en aquel partido pudo jugar a ratos de falso pívot emparejado con Bosh, y ahora está Noah, que es el que ocupa la posición. Cuando Miami se hace pequeño, Gibson es mucho más apropiado, y el Dukie tendrá que darle motivos a Thibs para justificar su presencia.
¿Tiene Miami que preocuparse? Relativamente. Han perdido la ventaja de campo, y está claro que Chicago es un gran y corajudo rival. Pero si se quiere ver de una manera optimista, la varianza, la suerte, la aleatoriedad o como queráis llamarla le jugó una mala pasada a los Heat. Metieron sólo el 29.7% de los triples (ni el peor equipo en este aspecto, los Wolves, acabó con un porcentaje tan malo), y muchos de ellos fueron buenos intentos, con jugadores solos, que deberían acabar entrando. También acertaron solamente el 55.6% de los tiros cerca del aro, cuando durante la temporada lo hacen en el 66.4% de las ocasiones, mejor marca de la Liga. El buen hacer en las rotaciones, la defensa de los bloqueos y la intimidación de Chicago tienen algo que ver, por supuesto, pero Miami se dejó buenas oportunidades, de las que suelen meter, colgando por el camino.
No dio la impresión de falta de agresividad o conformismo con las suspensiones por parte de Miami, y los números lo corroboran, 27 tiros a menos de 5 pies de Miami, 25 tiros libres y 20 faltas pitadas a Chicago anoche, cifras clavadas al 26.3/24.6/21.3 que promedian en casa en Temporada Regular en estas categorías. Tampoco recibieron un empujón arbitral que se lamentarían de desperdiciar, simplemente, el equipo de enfrente acertó más que ellos.
En definitiva, Chicago ganó la batalla, pero le quedan seis partidos para conseguir otras tres. Fue una victoria merecida, pero no dominante, les queda por hacer. Aunque, como decían en aquella obra maestra de la Nouvelle Vague, Blade, «Hay cabrones que se empeñan en patinar sobre hielo cuesta arriba «. Y nosotros encantados de que lo hagan.
El detalle: Aunque no haya crónica, no os perdáis el otro partido de la noche, el Warriors-Spurs.